lunes, 14 de septiembre de 2015

Antonio Requeni


Nacido en Buenos Aires en 1930, es una de las figuras de la poesía argentina. Fue periodista del diario La Prensa entre 1958 y 1994, cuando se jubiló en el cargo de secretario de redacción. Fue corresponsal de Radioprogramas Hemisferio de La Voz de las Américas, Estados Unidos, y dirigió la revista Italpress. Fue también crítico bibliográfico del diario La Nación. Obtuvo una mención especial en ADEPA y los Premios Konex en las categorías Literatura Testimonial y Periodismo Cultural, respectivamente.
Publicó una decena de libros de poemas, un libro de cuentos para niños (fue colaborador de Billiken), un volumen de crónicas de viaje y el Cronicón de las peñas de Buenos Aires, que mereció el Primer Premio Municipal de Ensayo. También fue distinguido con el Primer Premio Municipal de Poesía por su libro Línea de sombra.
Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras. Fue condecorado por la República Italiana con la Orden de Cavalliere Ufficiale. En la Academia Nacional de Periodismo coordinó la Comisión de Publicaciones.
Entre sus libros de poemas figuran: Luz de sueño (1951), Camino de canciones (1953), El alba en las manos (1954), La soledad y el canto (1956), Umbral del horizonte (1960), Manifestación de bienes (1965), Poemas españoles (1970), Inventario (1974), Versos en la ciudad (1974), Cuatro poemas (1985), Línea de sombra (1986), Travesías (1997).

*

Toledo

Es inútil.
La piedra sigue en pie.
La piedra que se fuga hacia lo alto.
Vanamente los siglos se enardecen
sobre el orgullo de una altiva torre
a la que nada importa.
En vano arañan, muerden, roen. Nada
pueden contra su pecho endurecido
o su frente lunar, tras la que velan
leyendas y recuerdos.

Su nombre es soledad y reciedumbre.

(A sus plantas un río hace memoria
de desdeñosas ninfas y pastores
mientras el aire en los follajes canta
con la melancolía de las églogas).

No, nada puedes, Tiempo.
Sigue imantando la ciudad el mismo
cielo que contemplaron unos ojos
alucinados, místicos, dolientes.
Y está el inquisidor. Triunfa en su oficio
el ángel ciego de la intolerancia.

Pegadas a los muros cruzan sombras;
un árabe camina hacia el recinto
de las sapientes, lánguidas delicias.
Pasa un judío de ojos cautelosos.
Un caballero se arrodilla ahora
ante la muerte, con la mano al pecho.

Tiempo, todo es inútil.

Con catedral de lágrimas, callejas,
mansiones y sepulcros y murallas,
con escudos labrados y aldabones,
toda piedra en pie, Toledo sube,
se desprende del mundo, el cielo gana,
y en un pavor de eternidad se arroja
hacia arriba, más alto.

(de Umbral del horizonte)


Perfección del instante

Recostarme en la hierba y ver el cielo
a través del murmullo de los álamos.
Seguir el lento viaje de las nubes.
Sentir mis pulsaciones acordadas
en el eco de muertes que aún persisten
en ser hondos afluentes
del amor en la tierra.
Rendir mi corazón a los aromas.
Acariciar la pulpa del silencio.
Descubrirme habitado
de unas cuantas palabras verdaderas
y escribirlas después en el rocío
o en el pecho sereno de algún árbol,
para luego borrarme, perderme para siempre.


Oscuro fuego

¿Quién necesita que yo escriba?
Sin embargo es hermoso
vivir por la belleza,aproximarse
al fuego oscuro en el que arde
la fiesta y el misterio de la vida.
Aunque a nadie le importe.
Brilla en la noche el verso
bello y desamparado
como un cuerpo desnudo.

(de Línea de sombra)

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