lunes, 14 de septiembre de 2015

Alicia Genovese


Alicia Genovese es poeta y ensayista. Nació en Lomas de Zamora, Buenos Aires. Publicó los libros de poesía El cielo posible (1977), El mundo encima (1982), Anónima (1992), El borde es un río (1997), Puentes (2000), La ville des ponts / La ciudad de los puentes (Antología bilingüe. Québec, Canadá: Écrits des Forges, 2001), Química diurna (Alción, 2004), La hybris (Bajo la Luna, 2007)  Azar y necesidad del benteveo (Mágicas Naranjas, 2011) Aguas (plaquette, Santiago de Chile, 2012), Aguas (Ediciones Del Dock, 2013) y El río anterior. Antología personal (Ruinas Circulares, 2014). Publicó dos libros de ensayo: La doble voz. Poetas argentinas contemporáneas (Biblos, 1998) y Leer poesía. Lo leve lo grave lo opaco (FCE, 2011). Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires y se doctoró en la Universidad de Florida, EEUU.
Ha dictado numerosos seminarios y talleres de escritura organizados entre otros por la Fundación Antorchas, Casa de Letras y el Fondo Nacional de las Artes.  Como crítica literaria ha colaborado de en suplementos y revistas especializadas, actualmente lo hace en Otra parte semanal. Entre otras distinciones recibió la beca a la creación literaria otorgada por el Fondo Nacional de las Artes (1999) y obtuvo, en poesía, la Beca Guggenheim (2002). Ha sido traducida al inglés y al francés.
Vivió en Estados Unidos en los años ’80 y desde hace mucho tiempo pasa largas temporadas en el Delta del Paraná.

* * *



Una nadadora cruza las 103 millas
entre Cuba y Cayo Hueso,
sobre el atardecer encendido del mar Caribe;

desde un kajak alejan 
a su alrededor los tiburones 
con un aparato que emite ondas;

usa unas antiparras que permiten
la visión nocturna y a eso se limita
el despliegue tecnológico.

Cuando hunde la cabeza al nadar sucede 
lo que importa: el ser frente al obstáculo elegido
para probar que es.

Se llama Diana Nyad 
y ya cruzó
desde Bahamas, batió récords.

Tiene 61 años y no se detiene 
mas que para beber unos minutos
en el apuro de esa inmensidad.

Cuando nada parece no haber llorado nunca,
cuando nada parece que la melancolía no le hubiese roto 
los deseos nunca.

Cuando nada la fuerza 
no es solo atributo 
de los dioses.

Pero la marea en contra la obliga a desvíos hirientes 
mientras el agua brilla
como una autopista interminable en la lluvia, 

como una hoja de filodendro agigantado por la lluvia
y el fracaso ahueca el aire
como un graznido. 

Si abandona, la meta permanecerá, invisible
en la mañana después del cansancio,
en la noche anterior de la necesidad;

cuando crece la necesidad no hay sal, ni sed, ni sol 
enceguecedor que melle
la voluntad de ir.

Pero ella nada ahora. Es dura, entrenó, bracea,
no se desgastó en lo inútil;
tiene 61 años y toda una vida de nadadora.



(de Aguas)

0 comentarios:

Publicar un comentario